miércoles, 11 de mayo de 2011

De vuelta a casa

Con una extraña mezcla de sensaciones y sentimientos a ratos complementarios y a ratos contrapuestos ... Así he vuelto a Madrid y así he vuelto a casa.

En un fin de semana probablemente he recorrido más kilómetros en coche, tren, autobús y a pie que en todo lo que llevamos de año. ¿Demasiado intenso? Pues no lo sé. En la parte física a día de hoy noto bastante menos cansancio del que esperaba aunque -eso sí- en un determinado momento del fin de semana llegué a sentir que me quedaba sin "gasolina" y no podía alcanzar la meta. En la parte anímica las cosas han sido bastante distintas, con una sucesión de altibajos que me han descolocado bastante pues esperaba los "bajos" pero me han sorprendido gratamente los "altos".

Llegaba el viernes con menos nervios de lo habitual. No me gustan las estaciones de tren supongo que debido a la amplitud de los espacios, la inmensa cantidad de gente que deambula por los mismos, el peligro que supone un "caballo de hierro" que se desplaza a velocidad vertiginosa a escasos centímetros del lugar por donde uno va caminando, los sonidos chirriantes y estridentes como pocos, los olores, la maquinaria, los automatismos, ... Todo se combina formando un cóctel explosivo que dispara un sinfín de alarmas en mi organismo desencadenado a su vez un estado de ansiedad que va in crescendo desde las jornadas previas hasta el propio día en que tiene lugar el viaje (de ida). Pero en esta ocasión lo cierto es que me encontraba más tranquilo -y eso es algo que se agradece- y así permanecí hasta llegar al aparcamiento de la Estación Central de Córdoba donde por primera vez en mi vida experimenté una desagradable sensación de pérdida de equilibrio estando totalmente quieto, de espaldas a los andenes y teniendo tras de mí una pequeña valla de protección que supongo debería haberme transmitido algo más de seguridad.

A partir de ese momento empecé a auto-conformarme pensando que cada segundo que pasaba quedaba un segundo menos para volver a casa. Buena táctica para calmar los nervios ... sí ... buena táctica ... estoy ... menos nervioso ... estoy ... más tranquilo ... lo único malo es este dolor que empiezo a sentir en mi mano izquierda de tanto agarrar con fuerza el asa de la maleta ... por lo demás todo bien.

Lo bueno que tiene conocerse a uno mismo, conocer los lugares por donde has de transitar y reconocer las sensaciones que estás experimentando en cada momento, es que se atenúa el factor sorpresa y eso sí que tranquiliza de verdad. A estas alturas de la película ya sabía (como suele pasar tras los cinco primeros minutos en las sobremesas de Antena 3) qué papel correspondía a cada personaje y qué derroteros seguiría la trama de toda esta historia ¿podríamos entonces dar una cabezadita?

***

Capítulo 1. El imán infantil

Creo que mi caso es digno de estudio. Yo soy un tipo en general bastante aburrido y doy poco juego, muy poco juego, casi ningún juego a los niños. Eso no significa que no me gusten los críos, no me encante observar con detenimiento su forma de actuar totalmente libre de prejuicios, condicionamientos ni ataduras de ningún tipo, o que no me emocionen notablemente sus pequeños gestos que en muchas ocasiones son realmente grandiosos. No es que no me gusten, es que soy "de natural" soso y, por tanto, también soy soso con los más pequeños. Sin embargo y pese a todo parece que estoy revestido por una invisible capa imantada que hace que en cualquier medio de transporte colectivo o en cualquier lugar público indefectiblemente acabe estando cerca de algún niño que no cese de preguntar "¿cuánto queda para llegar a Bobadilla?", que esté demasiado emocionado porque va a conocer a su hermanita, que se maree y no pueda dejar de vomitar, que grite, llore, patalee y tenga casualmente "el berrinche de su vida" justo a mi lado ...

Bueno, eso era hasta ahora. Estos últimos días he descubierto que "el imán infantil" deja de actuar -casi por completo- cuando uno ya viene acompañado por un niño. Se crea de esta forma algo así como un efecto de apantallamiento que permite aislarte de otros infantes, una especie de protección natural que previene el fenómeno "puñetero niño que me ha tocado otra vez al lado (o delante o detrás)". Y es que tengo la suerte de contar con alguien a quien tampoco se le dan bien las despedidas y que pese a tener escasos dos años de edad es mucho más inteligente y se comporta infinitamente mejor que muchos adultos ... y no es pasión de tío ...

***

Con el imán infantil desactivado (o al menos teniendo atenuado su efecto), tras la relajación que sucede a un estado de alerta máxima, conociendo el camino que queda por delante y sin más sorpresas a la vista, probablemente podría haberme quedado dormido en el tren (aunque no suela ni me guste dormir durante el día) pero entonces no hubiera descubierto a Mickey, Goofy, Donald y compañía dibujados en la pegatina de una botella de agua, ni un coche rojo-red, un camión blanco-white, unas ovejitas que hacen "beeeee", un túnel que está oscuro pero pronto se acaba, un rectángulo, un triángulo, un rombo, un óvalo, un soporte que se puede poner así ... o así ...

El tiempo pasa deprisa cuando uno se divierte. Pero precisamente eso, el paso del tiempo, ha sido para mí la cara y la cruz de este viaje a Madrid. En algunos momentos me he reconocido en el niño pequeño sorprendido por la magnitud de Madrid y más aún conmovido por la magnitud del amor de unas personas realmente especiales con quienes los "vínculos de sangre" se van diluyendo en cada nueva generación mientras los "vínculos afectivos" lejos de menguar parecen cada día incluso más fuertes. En otros momentos se me han hecho demasiado notables las ausencias. En otros he comprobado con mezcla de alegría y disgusto como de forma totalmente natural y casi sin darnos cuenta se van produciendo los relevos generacionales: los padres ya son abuelos, los hijos son padres, los niños que fueron llegando ya son casi adultos y han dejado su puesto como "peques de la casa" a otra nueva hornada.

Observo la evolución vital de todos y me alegra comprobar que aproximadamente vamos siguiendo las líneas maestras planificadas hace tanto por nuestros precursores en esta a veces tan dura tarea de vivir. Pero me fastidia enormemente que el paso del tiempo tenga siempre que traducirse en una progresiva merma de facultades y que unos antes y otros después todos tengamos que marcharnos. Y todavía me fastidia más pensar -asociado a lo anterior- que casi nunca somos conscientes de lo efímera que es la vida y terminamos perdiéndonos muchas veces entre las arenas movedizas de la infelicidad.

La infelicidad suele ser consecuencia directa de las expectativas que, con excesiva frecuencia, suelen superar nuestras propias capacidades y posibilidades o, lo que es peor, las ajenas.

***

Capítulo 2. Expectativas. Infelicidad. Semana Santa

La Semana Santa en estas latitudes es una suerte de performance callejera que mediante la música, los colores, los olores, las formas y el movimiento, pretende causar algún tipo de impresión más o menos fuerte en un público que -en demasiados casos en estado de embriaguez- observa el espectáculo sin guardar mínimamente las formas y suele obstruir continuamente su correcto desarrollo. Se inspira esta manifestación artística en una historia realmente dura que trata las grandes dualidades que afectan al ser humano: desamor-amor, traición-confianza, injusticia-justicia, venganza-perdón, ... Los participantes se organizan en distintos grupos que se distinguen unos de otros por los colores de su indumentaria y que pugnan entre sí por conseguir la mejor puesta en escena, el reconocimiento de la crítica especializada en la materia o simplemente los mayores aplausos. Y no hay nada más.

El gran error de toda esta movida consiste en que algunos espectadores creemos que debería servir para algo más. Pero el error, en todo caso, es nuestro. Personalmente me ha costado bastante entender este extremo pues siempre he creído que tanto a los "performancers" como a los observadores que formamos parte de este tipo de acciones debería movernos una predisposición íntima a la reflexión, a la meditación y a la construcción personal.

Aclarado finalmente -más o menos- el concepto, este año he decidido rebajar mis expectativas respecto a la Semana Santa y simplemente esperaba poder conseguir lo siguiente:
- dar un fuerte abrazo a mi contrapunto cofrade que se marchaba en las vísperas y, por tanto, faltaría a su cita del Martes Santo
- beberme una cerveza (en algún momento de la semana)
- contemplar la impresionante efigie del sevillano Cristo de la Sed
- empezar a leer un libro que me habían regalado pocos días antes.

Con unas expectativas tan reducidas ni la lluvia, ni las miserias humanas, juntas o por separado podrían provocarme algo de infelicidad. Que si ha de venir la infelicidad al menos sea por otros conductos.

Y con unas expectativas tan reducidas es bastante probable que uno pueda terminar obteniendo más de lo que a priori esperaba. Así sucedió. Me quedo con varios instantes de mi particular Semana Mayor: un momento de preparación, buscar una medalla en el cajón, colocarla con todo el mimo y el cuidado junto a una túnica, la espera de la tarde del domingo, un beso para decir gracias por seguir caminando un año más a mi lado, una oración, el silencio, un abrazo de madrugada, un encargo que cumplir, los "buenos días" más especiales que uno pueda recibir, una final compartida tras muchas finales vividas en la lejanía, una final vivida en la lejanía tras tantas finales compartidas, la cuenta de los celadores, una conversación aparentemente intrascendente en un balcón, un tambor que suena como debería sonar, una peluquería abierta la tarde del Viernes Santo, el silencio otra vez más, los dulces que saben como siempre o incluso mejor, ... Más de una cerveza -al final- y más de medio libro leído en una sola tarde.

***

Cabía esperar poco de la Semana Santa y mucho menos de ese teatro que cada equis meses se convierte en el partido del siglo, el enfrentamiento definitivo que dirimirá por fin la eterna lucha entre el bien y el mal. En alguna ocasión he escrito algo sobre mi relación con el deporte rey que, como ya se ha dicho, cada día me gusta menos. Después de los cuatro clásicos consecutivos dudo que vuelva a ver un partido de fútbol (si todavía se puede llamar así a tan bochornoso espectáculo) en mucho tiempo. En Italia (¡¡en Italia!!) -y no hace mucho- un club tan poderoso como la Juventus de Turín pasó dos temporadas consecutivas en Segunda División ... ¿Tendremos que llegar a envidiar a los italianos?

No sé, pero desde luego resulta muy desagradable escuchar a los dos mejores entrenadores de la Liga Española (y probablemente a nivel mundial) faltándose mutuamente al respeto, insultando a sus rivales, justificando sus respectivas derrotas en las actuaciones arbitrales (aunque uno lleve razón y el otro no), enarbolando ambos la bandera del victimismo cada cual con su cantinela ("¿Por qué?" o "Nosotros venimos de un país muy pequeño llamado Cataluña y por eso no nos respetan los árbitros" ... manda narices). Duele ver a un portero suplente agrediendo al delegado del equipo contrario y mucho más ver al teóricamente mejor jugador del mundo lanzando un balonazo contra los espectadores y no digo nada de un central que es titular habitual en la Selección Española diciendo aquello de "os hemos ganado vuestra liga, españolitos de mierda". Y, desde luego, es un ejemplo para los jóvenes la actitud de aquellos jugadores que fingen continuamente agresiones ...

Éste es el fútbol de los tertulianos, los comentarios en redes sociales, los SMS, los deportistas y directivos metidos a políticos, los famosillos de medio pelo, la prensa amarilla-rosa, el fútbol de quienes no saben de fútbol y el fútbol de quienes no aman al fútbol. Y sin embargo entre tanta basura llega el partido de ida de la semifinal de la Copa de Europa, el Estadio Santiago Bernabéu lleno hasta a la bandera, el Barcelona acechando con peligro la meta defendida por Casillas ... y en el minuto 7 se hace el silencio (hasta los comentaristas televisivos parece que se han callado) y del silencio emerge una voz unánime entonando el cántico que se repite una y otra vez cada vez que llega este instante: "Illa, illa, illa, Juanito maravilla". Un minuto para emocionarse.

***

Capítulo 3. Emociones a flor de piel

Algunas noticias llegan con preaviso y otras de súbito. Algunas dejan indiferente y otras conmueven. Algunas hacen aflorar sentimientos y otras nos dejan inmóviles sin saber qué hacer ni qué decir.

Inmerso en plena temporada de despedidas, teniendo que decir "hasta pronto" y "hasta ... no sé cuándo", recordando a Manolo Tena cuando cantaba "y me preguntan ¿qué te pasa? y yo no sé qué contestar", con el viento soplando en contra llega a mis manos una novela y una invitación al acto en que se presentaba oficialmente. Automáticamente sé que tengo que leerla y debo acudir a su presentación. Si mi vida fuese retransmitida por televisión como la Fórmula 1 en este momento se verían en pantalla los indicadores de Kers y DRS totalmente agotados.

Si las ausencias son tantas veces difíciles de sobrellevar, todavía resultan más complicados aquellos momentos en que nos toca intentar suplir o más bien paliar de alguna manera esas ausencias asumiendo la representación familiar o actuando en nombre y memoria de quien hoy no puede estar aquí. Con los ánimos bastante bajos me toca reencontrarme con muchos compañeros de estudios y amigos de juventud de mi padre, algo que evidentemente tiene su parte positiva pero que también supone una sobrecarga emotiva bastante importante. Las amistades heredadas algunas veces -y probablemente sin querer- terminan provocando momentos realmente dolorosos que se encajan de distinta manera según sea el nivel de Kers y DRS disponible en cada instante. Ese día me tocaba pilotar un Hispania.

***

Los ingenieros españoles siempre han destacado más en la industria del ferrocarril que en la automovilística. Desde la época de Alejandro Goicoechea hasta la irrupción del AVE pasaron algunas décadas durante las cuales se transformó por completo nuestro país y evidentemente también nuestras estaciones de trenes. Recuerdo vagamente la vieja Estación de Atocha en la que no había escaleras mecánicas ni cintas transportadoras ni ascensores de puertas automáticas (¿he dicho ya que no me gustan para nada todo este tipo de automatismos?). Y recuerdo también vagamente la nueva Estación de Atocha (Madrid - Puerta de Atocha) y digo vagamente no porque mi memoria sea frágil sino porque cada vez que voy a Madrid algo, bastante o mucho, ha cambiado en la emblemática estación.

En esta última ocasión tocó recorrer unos cuantos metros para poder llegar a un lugar conocido desde el que iniciar el camino de salida de Atocha y posteriormente de la propia capital de España rumbo a la cercana ciudad de Leganés. A lo mejor la sensación sólo es mía pero he notado mucha más tranquilidad en Leganés que en visitas anteriores y me ha sorprendido comprobar que en la campaña electoral apenas hay diferencias entre una ciudad de más de tres millones de habitantes, otra de casi doscientos mil y otra de apenas veinte mil.

En Leganés he encontrado a un tipo que mide más de un metro noventa y que a mis ojos se ha hecho más grande si cabe mientras cuidaba, jugaba y mimaba a su primo tercero (estos parentescos son cada vez más complicados) con el mismo cariño que su madre tres décadas atrás cuidaba, jugaba y mimaba a quien esto escribe. Y me detengo un segundo más en él (igual que podría destacar a su hermana o a sus primos) porque en un momento concreto, de forma indirecta y sin esperarlo yo en absoluto, consiguió que se me "saltasen las lágrimas" con un regalo que había hecho a su abuela quien ha ejercido para ellos no sólo de abuela sino también en muchísimas ocasiones de madre. Otra vez más, emociones a flor de piel.

Os contaba al principio de esta historia que no me gustan las estaciones de tren y llegados a este punto confesaré que tampoco me gustan los autobuses, pero como decía hace poco un buen amigo "lo poco espanta y lo mucho amansa", así que después de pasarlo regular en la Estación de Córdoba, la Estación de Atocha me pareció más agradable y el posterior viaje al día siguiente en autobús pues fue ya casi un juego de niños.

De Madrid al cielo ... o en este caso de Madrid a Toledo. En tierras toledanas una conversación con un amigo lejano de la infancia, un corto paseo por un callejón sin salida y una extravagante "hora feliz" me hicieron regresar durante un instante a una época anterior, más alegre, agradable y prometedora, y pensé que quizás no sea tan imposible recuperar alguna que otra vez la esperanza de aquellos días. Por si acaso no incluiré esta posibilidad dentro de mis expectativas de futuro, así seguro que no se verán defraudadas.

***

Capítulo 4. Volver

Cuando uno se va lejos o cuando se va cerca, se presentan acto seguido dos opciones: volver (tarde o temprano) o no volver (nunca).

Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno ... y me gustan esas luces ... y me gusta volver. Y al iniciar el camino de vuelta me he sentido especialmente bien tras confortar de alguna manera a una desconocida que pasaba un mal momento idéntico a los que yo mismo he experimentado en alguna ocasión. La sonrisa que me devolvió aquella mujer -algo mayor ya- justifica tantos y tantos kilómetros y algún que otro mal rato. Pero por suerte no es lo único que traigo en mi equipaje de vuelta de Madrid. A veces basta esperar poco, no albergar grandes expectativas y eso sí saber mirar, observar, leer, oir, escuchar y disfrutar las pequeñas cosas. Aunque claro, todo es más fácil cuando la fortuna te rodea de la gente adecuada ...
5 ostrillizos: De vuelta a casa Con una extraña mezcla de sensaciones y sentimientos a ratos complementarios y a ratos contrapuestos ... Así he vuelto a Madrid y así he vue...

No hay comentarios:

< >