martes, 30 de noviembre de 2010
Carlito Brigante sabía lo que tenía que hacer. Acababa de desalojar de su local a un gallito provocador -y escoria social de la mayor bajeza- llamado Benny Blanco. Le había golpeado para que rodase escaleras abajo y quedase a las puertas de un callejón por donde nadie pasaría a esas horas. Tenía a su hombre de confianza dispuesto a deshacerse de aquella incómoda molestia, como en los viejos tiempos. Pero a pesar de la paliza, los golpes y moratones, Carlito -que creía estar ya por encima de toda la basura que le rodeaba- decidió dejar con vida a aquél que venía a destronarle. La fiesta siguió, la vida siguió, las cosas a ratos salían a pedir de boca y a ratos se torcían un poco. Kleinfeld -de coca hasta las cejas- había firmado su sentencia de muerte. Pachanga -el discípulo amado- conspiraba en su contra. Pero ni uno ni otro ni los spaghettis ni los federales podrían con Brigante. Sin embargo, Carlito había cometido un gravísimo error: dejar con vida a Benny Blanco del Bronx.
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ostrillizos: Hoy
Carlito Brigante sabía lo que tenía que hacer. Acababa de desalojar de su local a un gallito provocador -y escoria social de la mayor bajeza...
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2 comentarios:
Lo que Benny Blanco no sabe es que no podrá escaparse al paraíso cuando le llegue el momento, y no podrá disfrutar de una bailarina danzando delante del ocaso, o de un oso polar caminando por la nieve, que para el caso es lo mismo.
Hace años Benny Blanco producía ira.
Ahora Benny Blanco da mucha pena.
El paraíso no es más que una quimera, un fotomontaje en forma de poster sobre la fría pared blanca de la sala de espera de un hospital. No hay escapatoria posible, así son las reglas del juego: nada hay más real que la propia realidad. Carlito Brigante está muerto, Benny Blanco le mató.
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