domingo, 6 de marzo de 2011

A mil doscientos y pico metros sobre el nivel del mar

Si uno anda buscando respuestas y no es capaz de encontrarlas a nivel del mar ni cuatrocientos o quinientos metros más arriba, puede que sí encuentre lo que busca subiendo y subiendo cada vez más alto.

La memoria está grabada en cada curva, metro a metro, a veces escrita sobre el asfalto como el indeleble apodo del más grande ciclista que jamás dio la localidad abulense de El Barraco, a veces en forma de monumento al corazón de los hombres buenos ... Y en la memoria puede haber respuestas tal vez olvidadas pero que no han perdido un ápice de su vigencia.

Un nuevo tramo de ascenso provoca el taponamiento de los oídos y así, parcialmente privados de un sentido fundamental para la adquisición de información procedente del exterior, nos veremos obligados a escuchar lo que dice nuestro interior. Más tarde un nuevo cambio de presión puede que nos conduzca a intentar escuchar el viento, las aves, la escasa vegetación o la soledad sonora de la montaña.

Subir.

Nunca he encontrado mayor sensación de paz que la que se experimenta al divisar el patio central de una casa blanca edificada hace más de cuatro siglos a mil doscientos y pico metros sobre el nivel del mar. Contemplar su fuente de agua no potable y durante un instante pensar que tu vida está indisolublemente unida al agua que surge de la roca caliza y sube y baja de la Sierra gracias a un inexplicable milagro que poco entiende de razones.

Atravesar el patio en silencio, subir y acceder a un espacio en semipenumbra, desprovisto casi por completo de ornato alguno. Mirar fijamente hasta que la realidad que te rodea se desvanezca, que todo se vuelva blanco y negro y quedes a solas con todas las respuestas que estaban desde siempre en tu interior aunque eras incapaz de distinguirlas, descifrarlas y decodificarlas.

Algo cambia en nuestro interior cada vez que subimos tan alto y algo cambia también en nuestro exterior. Nuestra piel puede quedar irreversiblemente tatuada al igual que nuestra alma, o simplemente nos puede maravillar la reaparición de un riachuelo que llevaba años perdido o esa geodiversidad cargada de belleza sutil, de ese tipo de belleza que pasa casi totalmente desapercibida ante el común de los mortales.

A mil doscientos y pico metros sobre el nivel del mar se pueden divisar tierras de cinco provincias, tres dominios geológicos y un Universo al completo ... o simplemente piedras, madera y poca cosa más.
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