
El vecino mantiene que el Barcelona (hablamos de fútbol) se encuentra un escalón por encima del resto, que supone una evolución del juego a la que hay que adaptarse y que todo ello es fruto de la inteligencia y del saber hacer. Grosso modo ése es su planteamiento. Si hablamos de fútbol, no estoy de acuerdo. No me gusta la manera de jugar del Barcelona y si ése es el futuro pues está claro que cada vez me gustará menos este deporte.
Pero si hablamos de baloncesto entonces puedo hacer mías sus palabras. El Barcelona está actualmente a años luz del resto de equipos europeos y mucho más de los españoles. Y la verdad, hoy en día poco o nada se puede hacer para remediarlo. Pero eso sí, al menos se debería intentar ¿no?
El Madrid, que es lo que a mí me importa, se sitúa en las antípodas del conjunto catalán. Ellos reúnen tres condiciones indispensables para ser ganadores: 1) saben lo que quieren hacer; 2) saben cómo hacerlo y 3) tienen las herramientas necesarias para realizar a la perfección aquello que quieren hacer. Nosotros: 1) no sabemos qué queremos hacer; 2) ni sabemos cómo hacerlo; 3) ni tenemos las herramientas para hacerlo.
El baloncesto actual básicamente consiste en defender fuerte, atacar con agresividad las líneas de pase, robar el balón y correr al contraataque (concentramos el desgaste en defensa y en ataque anotamos con fluidez de forma fácil y rápida, con lo que desgastamos al rival físicamente -le hacemos intentar atacar un muro infranqueable- y psicológicamente -al percibir que nosotros conseguimos con total facilidad lo que a ellos les cuesta un mundo-) o bien coreografiar una impresionante sucesión de movimientos ofensivos que generan una y otra vez situaciones contínuas de superioridad (seguimos desgastando al rival haciéndole correr tras un balón que nunca será suyo y además cargamos rebote ofensivo para conseguir segundas opciones en caso de desacierto en el tiro). Y el Madrid todas estas cuestiones tan elementales o bien las desconoce por completo o bien no es capaz de asimilarlas y llevarlas correctamente a la práctica.
Tenemos unos bases que no suponen amenaza alguna para el rival (rara vez tiran y en sus escasos tiros rara vez anotan), que juegan muy lento (tal vez por indicación del propio entrenador) y que no se aplican lo suficiente en defensa (especialmente Sergio Rodríguez). Nuestros escoltas no son los artilleros que cabría esperar y cuando corren parece que les falta confianza en lo que están haciendo. Los aleros se reducen única y exclusivamente a Carlos Suárez y sólo con Carlos es muy difícil llegar a ninguna parte. Los pívots ... "manos blandas" Tomic, Felipe "tierra trágame" Reyes, Nole "ahora te odio, ahora te odio" Velickovic, D'or Fischer (¿?). Un equipo que viéndolo jugar parece más destinado a evitar el descenso que a intentar conquistar algún título; un técnico totalmente desquiciado y totalmente desquiciante, y todos ellos a las órdenes de una directiva en la que no sé si es que nadie entiende de baloncesto o es que a nadie le gusta este maravilloso juego. Nadie confía en nadie y no hay nada como la desconfianza para conseguir que siempre falten esos milímetros o esas décimas de segundo que marcan la diferencia entre el "sí" o el "no".
Por eso el Barcelona, que a día de hoy no es líder de la ACB ni le van excesivamente bien las cosas en Euroliga, se proclamará campeón en febrero, mayo y junio. Más aún tras haber perdido ya este año contra Estudiantes (condición sine qua non para conquistar la ACB, Raúl Pérez dixit -con total acierto- justo antes de la eliminatoria final de la pasada temporada, disputada entre Barcelona y Baskonia, y saldada con la victoria del rival más débil).
Y por eso también, el 30 de diciembre nos van a dar una de esas palizas escandalosas de las que se tardan meses o incluso años en recuperarse. Lo malo del asunto es que esa paliza únicamente servirá para hacernos más daño, porque las cosas no van a cambiar -mucho me temo- durante bastante tiempo. Sigamos sin aprender, pero eso sí, acostumbrémonos a perder.
La única esperanza que queda es que Allen Iverson venga para quedarse y termine destrozando por completo a un equipo que, como tal, de momento no tiene rivales a su altura.
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